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Zona Media

Navarra

Estella, junio de 2008.
Primer día en Navarra y ya me están abroncando. «La Zona Media no existe, Navarra se divide en Montaña y Ribera y punto final». La Zona Media es un trampantojo oficinesco, dicen algunos, una comarca artificial. No sabría yo dar una idea clara, de modo que me aparto para permitir que los interesados debatan de sus cosas. Además, los años me van corrigiendo y hace tiempo que dejó de tentarme la ambición de resolver las disputas de nadie. La Zona Media cubre la superficie de las antiguas merindades de Estella y Olite y el flanco sur de la de Sangüesa. O eso creo haber sacado en limpio de los libros que han caído en mis manos y he leído, que son todos salvo todos los que he dejado sin leer, porque acertar con la composición exacta de las comarcas hipotéticas es proeza no menos envidiada que desentrañar el mayor arcano.

Aquí el nexo común es el Camino de Santiago, peregrinación nacida de un impulso religioso al que pronto se unió el afán repoblador y después, el noble estímulo mercantil. Se ve que la paz de la conciencia atrae a los moscones del cambalache desde inmemorial. Los peregrinos rindieron provecho a esta tierra y todavía lo hacen. Puente la Reina es hija del paso construido sobre el río Arga, y de su importancia escribe Picaud en una Guía del Peregrino del Codex Calixtinus que omite referencia a Santa María de Eunate, iglesia atribuida a los templarios con el mismo fundamento -ninguno- que la fantasía fuerista sacó de su manga la etimología de Cien puertas. Viana (que más parece cementerio que pueblo) y Sangüesa prosperaron al calor del Camino, igual que Tafalla con los peregrinos que enfilaban al norte atravesando el cerco de Artajona. También Estella es escala jacobea, y quizá su origen franco la libró del vapuleo general que el franco Picaud suministra a los navarros.

Opinaba Unamuno, siempre categórico, que viajamos más para huir de casa que para buscar el lugar de destino. Viajar tiene su componente de fuga, es cierto: pones distancia de por medio para curarte del mal de cercanía. Amputas de tu vida la monotonía de lo rutinario y te sacudes el serrín de lo cotidiano. Aireas las polillas, vamos. Aunque para viajar ni siquiera es necesario salir de casa: ningún viaje más barato que el de la mente en movimiento. O el del dedo sobre un mapa, como decía Gómez de la Serna. Para respaldarme ahí está De Maistre, que durante semanas viajó alrededor de su propia habitación y luego publicó el relato sin recibirlo de vuelta en la cabeza como ofrenda de objeto arrojadizo. Mucho mérito el suyo. Viene la divagación a santo de que el presente viaje es atípico, pues lo vamos trenzando al son intermitente de los fines de semana. Uno en Olite, otro en Sangüesa, el siguiente Urbasa...

Este modo de viajar tal vez no ayude a componer esquemas claros y ordenados de un territorio, pero sirve para liberarte del presidio de los días que discurren lentos y además engaña al deseo de salir disparado en cualquier dirección a cada momento. Y confieso que me divierte la travesía discontínua, aunque no estoy acostumbrado y la encuentro rara. Máxime cuando hasta ahora mis fines de semana solían dedicarse a la antítesis entre la sana actividad de enredar con la BTT y la poco ejemplar de...., innecesario entrar en detalles. Dejémoslo en que no reinaba en ellos esta tranquilidad. Confusión por mi parte de todo punto lastimosa, desde luego, pero de sabios es rectificar. Aunque teniendo en cuenta que la vida consiste esencialmente en ir esquivando gilipollas, sospecho que aquí no se reforma ni el bandido Fendetestas, porque si en realidad aprendiéramos de nuestros errores el mundo no cabría en sí de tanto sabio.

El castillo levantado en Olite por Carlos III el Noble vagó mutilado y semirruinoso por el siglo XIX y resucitó en el XX para nuestra satisfacción y disfrute, grandes sin duda porque acostumbra a llenarse de turistas hasta el mástil de la bandera. Y todavía tenemos que escuchar los ruidos de la manada de histéricos no cotizantes que brama para que el patrimonio se pudra en su vejez por lo improductivo de conservarlo... Subvencionados que viven la vida holgazana hablando de productividad, ¡qué país, Miquelarena, qué país! Más gente como yo debería haber, gente que se rectifica y enmienda. Hay inversiones públicas a las que no debe exigirse rentabilidad económica sino rentabilidades de otro tipo. No es difícil de entender. En 1881 Bécquer se lamentaba del estado del castillo: «sólo quedan en pie muros aislados cubiertos de musgo y hiedra, torreones sueltos y algunos cimientos». Una suerte que no arrojasen al viento sus cenizas.

La Zona Media podrá ser una franja de transición sin identidad común, pero no un territorio sin identidad, que Estella tiene una como Olite y Sangüesa tienen las suyas. Y también podrá ser un invento administrativo, pero no es comarca para ojeadas rápidas. Castillos, hayedos, monasterios... Fácil fuera detallar el extenso catálogo de sus obras, amigo mío, pero sería complicado y hasta fastidioso enumerarlo todo, porque ofrece más contenido que esos bazares de Andorra en donde para caber entre tanta cosa debes plegarte hacia ti mismo como una hamaca.